La espesa niebla cubría la solitaria ciudad de
Londres. Los pequeños farolillos con su
tenue luz apenas alumbraban el callejón. El sonido de sus tacones contrastaba
con el silencio de la calle. Como un eco en una cueva, molesto e
inquietante. Notó un escalofrío al
observar que a dos manzanas de allí se encontraría con Thomas, su compañero de
investigación desde hace ya cuatro años. Hace unos días recibió una carta de
Thomas en la que explicaba que había encontrado una prueba irrefutable para el
caso Shade. También escribió que era urgente y que deberían encontrarse en una
taberna alejada de las curiosas miradas de los londinenses. Debía dirigirse
hacia la taberna de los Cuatro Soles en Wastdhon Street. Un lugar a las afueras
del centro de la ciudad, muy poco apropiado para ir sola de noche.
El bajo de su vestido verde estaba mojado
debido a los charcos que se formaron a causa de la lluvia, pero a ella no
pareció importarle demasiado. Llevaba unos guantes color crema con bordados en
las mangas. Tenía el cabello recogido por un moño que dejaba caer mechones
rizados a ambos lados de su rostro. Su sombrero verde oscuro contrastaba con su
dorado cabello, el cual, resaltaba su
cálida piel.
Caminaba lenta y elegantemente como siempre lo
hacía. Con los cinco sentidos puestos a su alrededor no quitaba ojo al final de
la calle. Se sentía intrigada y eso alimentaba sus ansias de llegar lo antes
posible al punto de queda, pero debía mantener la compostura. Suspiró y una
nube de vaho se elevó al cielo. Era una noche fría de primavera, las chimeneas
pintaban con su humo sucio y negro el cielo nocturno. Se paró en seco y giró su
cabeza hacia su derecha dejando a si sus brillantes ojos azules a la vista. Ahí
estaba, la taberna de los Cuatro Soles. <<Un garito de mala muerte
-pensó- típico de Thomas>> Abrió
la pesada puerta de madera y sonó una campanilla. Al entrar un intenso olor a
tabaco inundó sus fosas nasales, lo que la hizo toser ligeramente. La luz amarillenta
de las lámparas hacía ver el humo de los puros flotando en el ambiente. El
local estaba abarrotado de gente. Grupos jugaban al póker, borrachos cantaban
canciones marineras mientras mujeres ligeras de ropa reían y bebían con ellos.
Risas, gritos, peleas y alcohol. Sobretodo alcohol. Pero ni rastro de su amigo.
Se sentó en la barra mientras tamborileaba con sus delicados dedos la madera.
-¿Le
pongo algo señorita?
La
chica levantó la mirada. Era un viejo hombre de unos sesenta y cinco años. Con
los ojos marrón apagado y el pelo cano. Tenía una cicatriz que le surcaba la
sien izquierda. Estaba limpiando una jarra
con un trapo mientras la miraba con una sonrisa amarillenta.
-No,
de momento nada-le respondió con una sonrisa amable- Estoy esperando a un buen
amigo.
El
camarero asintió con la cabeza y fue a
atender a otro cliente. Suspiro y comenzó a dibujar pequeños círculos con la
llena de dedo índice.
-¿Qué
hace una señorita tan hermosa en un antro como esté?
Esa
voz que procedía de detrás suyo le hizo esbozar una pequeña sonrisa.
-Tom
te dije que vendría-replico divertida.
-No
lo dudé en ningún momento, Helen.
-Deberíamos
sentarnos, hay demasiados oídos en este sitio ¿no crees?
-Tienes
razón-dijo entusiasmado.
La
agarró por el brazo y cruzaron por la
multitud hasta llegar a unas escaleras
de madera oscura.
-Ahí
arriba es la zona más solitaria posible de toda la taberna, no pensé que habría
tanta gente.
-Excelente
Tom. Solo una sugerencia, la próxima vez elegiré yo el punto de queda.
Comenzó
a subir las escaleras que crujían a su paso mientras oía la risa de Thomas.
Cuando llegó arriba vio mesas de madera extrañamente distribuidas a ambos lados
de las paredes. Lamparillas de gas colgaban tristemente del techo desprendiendo
una luz casi apagada. El suelo estaba cubierto por una alfombra rugosa y de un
tono granate anaranjado. Se sentaron en una de las mesas del fondo, en la que
se seguía oyendo la fuerte música del piso de abajo. Helen paso el dedo por la
mesa, estaba llena de polvo. Una mueca le surco el rostro.
-Sé
que no es el sitio más bonito que existe…
-Ni
el más limpio- le interrumpió mientras le mostraba el dedo manchado de polvo.
-Pero
podemos hablar tranquilos.
En
eso tenía toda la razón pensó la chica. Thomas miró a ambos lados antes de
empezar a hablar. Al volverse se encontró con la intensa mirada azul de la
inspectora. Estaba ansiosa de que le contara todo lo que sabía. Entonces
observó que Thomas se estaba sacando un objeto del bolsillo de su pantalón.
-Esto
inspectora Brown es un pergamino, pero no es un pergamino cualquiera.
Lo
apoyó encima de la mesa. Era un pergamino de color amarillento. Unos símbolos
en el centro con unas palabras en otro idioma, seguramente latín. Un sol y una
luna entrelazados entre sí debajo de las
sucesivas frases, además de unas inscripciones en los laterales, las cuales
despertaron una gran curiosidad en la muchacha.
-¿Qué
son las inscripciones de los laterales?
-
De eso te he estado hablando estos últimos cinco minutos ¿me estabas
escuchando?
-La
verdad es que no- levantó la mirada.
-Como
te iba diciendo he estado investigando sobre este pergamino sin muchos
resultados, tan solo sé que es un hechizo. Magia negra. Lo que no entiendo es
para que sirve, ni que significan las inscripciones de los laterales.
La
inspectora se tiró hacia atrás en su asiento y le miró fijamente. Su rostro era
como una máscara, no mostraba la rabia que sentía.
-Bien
yo te diré lo que significan. Significan que hemos perdido tiempo estos últimos
cuatro días por tu culpa.
Tom
puso cara de sorpresa, como si le hubieran abofeteado.
-Si
señor Collins ha oído bien. Si me lo hubieras enseñado el mismo día en el que
lo cogiste del escenario del crimen ya sabríamos que significaba. Pero debido a
tu incompetencia no lo has hecho y no hemos avanzado en absoluto.
-Puede
que estés enfadada pero…
-¿Pero?-le
interrumpió.
-El
camarero es un buen amigo de mi padre, creo que puede ayudarnos con este rollo
de papel que Emma Smith llevaba consigo cuando la asesinaron.
-Espero
que sepa algo sobre esa pobre muchacha, no me decepciones dos veces Thomas.
-No
lo hare inspectora.
-Hay
muchas preguntas por resolver-dijo con voz cansada.
Thomas
se levantó rápidamente de su asiento y pego un fuerte golpe a la mesa.
-Pues
a que esperamos, demos la respuesta a todas esas preguntas-seguido de decir
esto salió corriendo escaleras abajo.
Helen
se sobresaltó ante la acción de este.
-¿A
dónde se supone que vas?-gritó.
-El
incompetente va a por respuestas-dijo entusiasmado.
-¡El
camarero!-dijo en un murmullo apenas audible-Espérame-grito confusa.
La
chica corría escaleras abajo con el vestido entre los puños. Le estaba pisando
los talones. Thomas siempre ha sido más rápido que ella. Cuando ambos llegaron
abajo se detuvieron en seco.
-Podrías
haberme avisado con antelación de que ibas a ir corriendo escaleras abajo como
un loco-se quejo jadeante.
-¿Estás
perdiendo tus facultades, Helen?
-Yo
no…
-Inspectora
Brown, que agradable sorpresa.
Esa
voz que le interrumpió hizo que se le rizaran los pelos de la nuca.
-No
creo que pueda decir lo mismo Layton.
-No
sea grosera querida…
La chica lo fulminó con la mirada. La sonrisa fría de Layton le ponía los pelos de punta.
La chica lo fulminó con la mirada. La sonrisa fría de Layton le ponía los pelos de punta.
-¿Qué
quiere?
-Si
tanto le interesa quizá se lo cuente mientras tomamos una copa.
-Valla
al grano Layton. No tengo toda la noche-le soltó con voz cortante.
-Bien,
como usted desee, mi grupo de coleccionistas ha venido a buscar un objeto de gran
valor cuyo nombre no le puedo decir.
<<
¿Coleccionistas?-pensó asqueada-sois simples piratas que harían lo que fuera
por una gran suma de dinero. Tan solo unos ladrones. >> La chica vio por
el rabillo del ojo a Tom escondiendo disimuladamente el pergamino en su
bolsillo. Layton le miró y sonrió.
-Y
¿para qué quiere ese objeto?- pregunto Tom con una voz fría como el hielo.
-Eso
a ti mocoso, no te incumbe.
El
chico iba a abalanzarse sobre él pero Helen le agarró del brazo. Este se soltó
bruscamente de la mano de la inspectora. Y se sacudió las mangas de su elegante
camisa grisácea.
-Si
me disculpan, tengo que arreglar unos asuntos de negocios.
Dio
media vuelta y desapareció entre la multitud. Tom tenía los hombros tensos como
la cuerda de un arco.
-Sucia
rata de alcantarilla-mascullo entre dientes.
-No
merece la pena-musitó.
-Dios,
no deberías haberme parado-dijo enfurecido-lo único que se merece es un buen puñetazo y una buena patada en los…
-¡Tom!-le
interrumpió horrorizada-Puede que tengas razón pero tenemos cosas más importantes
que hacer antes de malgastar nuestro tiempo con ese tipo de personas.
Tom
soltó una risa irónica y se puso en marcha. Helen se ajustó el sombrero verde
oscuro y camino detrás del chico dejando atrás las escaleras. Sentía un
cosquilleo en la espalda, levanto la mirada vacilante y vio que alguien la
observaba. Estaba apoyado en una columna. Su sombrero de copa no le permitía
ver su rostro. Su abrigo negro resaltaba con su bufanda clara la cual, como era
de esperar, le tapaba la parte inferior de su cara. De pronto la música dejó de
sonar, las risas y gritos se apagaron y en su lugar empezó a oír susurros.
Susurros que la llamaban y resonaban en su cabeza como las campanadas de una
iglesia. Aquella persona seguía ahí, mirándola fijamente. Cada vez su nombre
resonaba más fuerte, espectralmente distorsionado. Helen, Helen…
-¿Helen?-la
voz de Thomas la libero de los inquietantes susurros.
Helen
volvió la cabeza hacia Thomas que la miraba preocupado, no pareció reaccionar,
de nuevo volvió la mirada hacia la columna pero aquella persona había
desaparecido.
Cuando
Thomas le toco el hombro se sobresaltó y pego un grito ahogado.
-¿Estas
bien? Parece que has visto un fantasma.
-¿Lo
has oído?-susurro.
-Helen
solo oigo el alboroto de la música y los gritos-dijo mientras fruncía el
ceño-¿Qué has oído tú?
La
chica seguía mirando de frente,
incrédula.
-Da
igual.
El
ayudante se encogió de hombros y le agarró del brazo arrastrándola hacia la
barra. La inspectora tuvo el impulso de mirar hacia atrás pero no vio nada.
Seguía atónita ante lo que había sentenciado hace apenas unos segundos.
Cuando
llegaron el camarero estaba organizando con agilidad todas las jarras y
botellas en un pequeño estante. Thomas le soltó el brazo y apoyó la mano en su
hombro.
-¿Cuánto
tiempo hace que no te veía viejo cascarrabias?
El
camarero se dio la vuelta entre risas.
-Thomas
Collins. Que alegría volver a verte.
-Henry,
esta es la inspectora Brown.
Helen
le estrechó la mano amistosamente, todavía aturdida.
-Encantada
de conocerle ¿señor?
-Señor
Turner pero prefiero que me llamen Henry, tráteme de tu.
-A
la inspectora y a mí nos gustaría hablar con usted, a solas.
Thomas
y el camarero miraron a la vez hacia la derecha, la inspectora siguió su mirada
hacia una puerta de roble decorada por serpientes talladas a mano, entrelazadas entre sí.
-En
que lio me has metido esta vez ¿Thomas?
El
chico se rio descaradamente y le miro divertido.
-Te
equivocas Henry, que poca confianza.